Unas Disculpas

En noviembre de 2015 tuve la oportunida de conocer, muy fugazmente, a un escritor, con todas las letras de la palabra. Es, sin duda, uno de los hombres más cultos que conozco en lo que se refiere a literatura latinoamericana. Conocía a Gabriel García Márquez mejor que a sí mismo, y a Miguel Ángel Asturias como un viejo amigo. Se sabía mil citas de libro de memoria, y con gestos y señales me recitaba, no solo aquellas que ya conocía, si no historias de su propia mano. Me hablaba con tanta pasión, que parecía que se había convertido en un personaje sacado de sus páginas. Tenía una escencia propia del latinoamericano, esa que podría identificar en cualquier parte, y una delicadeza en cada palabra que me decía, que podría haberlo escuchado por horas.

Me tendrá que excusar el lector al no poder referir ninguna de las historias que escuché ese día, ni tampoco poder proporcionarle el nombre del autor para que usted mismo las encuentre, pues aquellas historias jamás llegaron a ser publicadas, y aquel hombre tampoco llegó a ser conocido. Hoy, tanto su nombre como su rostro se han borrado de mi memoria, y no tengo ninguna prueba que verifique mi historia, pero le aseguro, querido lector, que ese hombre existe.

Y así como él habrán muchos más. Personas que no conocemos y dificilmente serán recordados por la humanidad, pero que dedicaron su vida a escribir sobre nosotros, y quizá, para nosotros.

Así pues, permitanme ofrecer una disculpa en nombre de todos los escritores, que con la pluma y el corazón en la mano, fueron privados por la vida de compartir sus historias, y por ende, nos privaron a nosotros de leerlas. Por ellos hoy pido un poco de compasión, que alguna vez en la postrera puedan ver la luz.